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COMUNEROS

COMUNEROS PORTEÑOS
¿Inútiles o  víctimas de la burocracia?

        La acción -o inacción práctica- de los comuneros porteños, no es una cuestión de hoy y tampoco es culpa de ellos, sino que viene desde los orígenes de la función, desde 1973, con suspensión durante la dictadura y retornados con Alfonsín. 

      Esta nota surge a propósito de una entrevista realizada el pasado 29 de diciembre por Luis Novaresio, en su programa Empezando el Día, por Radio La Red, a un Comunero porteño de nombre Martín. El mismo decía que estaban "pintados al óleo", en cuanto a la ejecución de obras y servicios a su comuna, a pesar o siendo que tienen cada uno un sueldo de $20.000. También la nota se refirió a otros temas, variantes y matices, pero no van a ser motivo de este comentario. 

      Los Consejos Vecinales comenzaron a funcionar en los primeros años de la década del '70, pero casi sin trascendencia, hasta que fueron desactivados tras la caída del gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón. Retornada la democracia volvieron los Consejos Vecinales, eran siete por cada una de las 9 secciones en la que se dividía la entonces Capital Federal y eran electos por los propios vecinos. Sus cargos no eran remunerativos, pero percibían importantes viáticos, los cuales no les hacían lamentar la falta de un sueldo. Por lo general, estaban integrados por 4 o 5 miembros del oficialismo radical o 2 o tres miembros de la oposición, en su mayoría peronistas, con algún que otro liberal. Tenían reuniones periódicas y guardias de uno o dos consejeros por día, para atender al público. Sus funciones eran las de recepcionar las denuncias edilicias -baches, veredas rotas, podas, arbolado viejo...- elevarlas a los entes correspondientes y hacerles un seguimiento. Pero no eran ejecutivos, sólo llegaban hasta donde podían o los dejaban, ya que no tenían formas de presionar, sino más bien dependían de la buena voluntad de las empresas de servicios y de la misma intendencia porteña. El de consejero vecinal, solía ser el primer cargo político de un aspirante, el último de alguien cuya carrera no fue demasiado trascendente y función de otros tantos, repartidos como premio a la militancia, por ser punteros políticos y en este gran combo, hasta llegaron al cargo algunas personas sólo por su idoneidad.

          Pero seamos justos, las herramientas que tenían eran sus voluntades y esfuerzos, mayores o menores y gracias a ellas, lograron algunos que otros éxitos. A los consejeros les siguieron los Centros de Gestión, luego de la reforma de 1995 las Comunas -14, instauradas años después- como forma de descentralización, pero la historia no varió, según lo que se deduce por las palabras del comunero Martín a Luis Novaresio. Los consejos, los centros de gestión y hoy las comunas, no fueron ni son ejecutivas y fueron los mismos consejeros vecinales, quienes comenzaron a pedír presupuestos para tener cuadrillas propias, que les permitieran salir a solucionar los problemas de los vecinos. 

     Y los resultados no parecen haber variado mucho en estos 31 años de vida. Es más, en programas de radio, el mismo Diego Santilli, entonces ministro de Ambiente y Espacio Público, tomaba nota personalmente de los reclamos de los vecinos, a los quince días volvía al programa e informaba de los pedidos anteriores y tomaba otros; incluso daba el número de su celular para que los vecinos reclamaban y él mismo atendía. El esfuerzo y las intenciones de Santilli sin dudas fueron enormes y esto fue reconocido, muy loable, simpático y singular. Pero ese no es el trabajo para el que se le paga a un ministro porteño, por una simple razón de superposición de funciones y de aprovechamiento de los recursos humanos y monetarios. Para esta funcion ya hay gente que se encarga, o que por lo menos debería hacerlo. Y esa gente está en las Comunas, que es allí a donde se deben dirigir los reclamos. ¿Acaso si los pedidos no los toma el mismo Ministro no se les da solución? Parece que no o por lo menos van despacio, porque la gente que les hace pedidos, les suele decir que no es la primera vez que los realiza.

    Quien esta nota escribe, cuando trabajaba para el desaparecido mensuario porteño "La Parroquia" -que no era órgano de ninguna iglesia ni partido político, mas allá de su nombre y llegó a cumplir 64 años de vida, siendo el segundo más antiguo de la llamada prensa alternativa, circulando por suscripción-, realizó durante un par de años dos o tres entrevistas mensuales a los entonces concejales -hoy elevados a diputados porteños-, de distintos partidos políticos y de las diferentes comisiones que integraban el Cuerpo. Recordemos que los concejales eran el Poder Legislativo de la Ciudad y tenían como función principal la de legislar, entiéndase bien, legislar. Consultados cada uno de ellos en el transcurso de la entrevista, sobre sus proyectos presentados en la Cámara, las respuestas no variaban, sin importar sus extracciones políticas. Decían haber presentado cada quien, decenas y hasta algún par de centenas de proyectos por algún que otro edil. ¿Cuáles eran? Tantos de baches, otros de veredas rotas, otros de cortes de raíces, podas... Sin dudas todos importantes para los vecinos que los padecen. Pero no era la función de esos legisladores, no se les pagaba para esa función, que era privativa de los consejeros vecinales.

    En realidad, quien esta nota escribe, está alejado de diputados porteños y comuneros, pero por lo que cuenta el comunero Martín y lo que le decía y pedía la gente a Santilli hasta el año pasado, no parece haber cambiado mucho. Martín dijo que los comuneros tienen un sueldo de $20.000, que a muchos de ellos les parece excesivos en comparaciones -muchas veces odiosas e inútiles- con otros trabajadores, por eso donan parte de sus sueldos. Noble gesto. De todas formas, no debe molestar lo que gana una persona, sí se debe juzgar si esa persona, justifica su salario. Y sea ésto válido para cualquier oficio o profesión. Dicho en términos puramente mercantilistas, si se paga sólo, no es caro. Obvio que para eso primero tiene que tener la capacidad e idoneidad para la función, luego ejercerla a pleno y con la dedicación necesaria. Los comuneros así como sus antecesores, pueden alegar que no tienen presupuesto y eso les ata las manos.

            Y muy probablemente, tienen razón.

 

 

      
 

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