OPINIONES:
¿Sirve en la Argentina el debate parlamentario?
Sin anestesia, el lector puede pensar que al autor de esta nota se le cruzaron los cables, se volvió dictador, no entiende qué es la democracia, porque para muchos, la discusión parlamentaria ES el símbolo de la democracia. Pero la pregunta diferencia: en la Argentina.
Una definición “romántica” de debate parlamentario, puede ser afín a: larguísimos y convincentes discursos, realizados por oradores probos, en maratónicas sesiones. A resultas, los legisladores por propia convicción, votan lo que sus conciencias les dictan y el corolario son los agradecimientos de los vencedores y las felicitaciones de los vencidos. Ahora, ¿Alguien piensa que es así?
No lo es, por lo menos desde el regreso de la democracia allí por 1983. Aunque se debata hasta altas horas de la madrugada y hablen todos, no es lo mismo que decir que todos prestan atención. ¿Sirve de algo que un legislador hable mientras los colegas que están en la cámara, pasan el tiempo lo mejor que pueden hasta el momento de votar?
La discusión choca y se destruye, ante la obediencia partidaria. Una ley sin dudas, antes de ser aprobada en cada cámara, lo es en las negociaciones, si es que una fuerza no es mayoría y depende de votos extrapartidarios –con amigos ó voluntades pasajeras- para lograr el fin. Pero eso sí, cuando un legislador vota en contra de su bloque, es tratado de dos formas distintas. Sin irnos más lejos en el tiempo, dentro de la administración del matrimonio Kirchner si el legislador en cuestión es oficialista es calificado de héroe por la oposición: el caso emblemático fue el del ex vicepresidente Julio Cobos. Si el legislador en cuestión es opositor, no dudan de calificarlo de corrupto, entre otros adjetivos descalificativos: el caso emblemático fue el de Juan Carlos Lorenzo, “Borocotó”, quien fue “destruido” por sus pares sin importarles demasiado sus décadas de fecunda e impoluta labor, en beneficio de los niños. Incluso se inventó el término “borocotización”, para todo aquél opositor que votara junto al oficialismo.
Entonces, volviendo a la pregunta inicial, la respuesta ya no es tan clara. Parece que a nadie se le ocurrió que un discurso puede hacer cambiar de idea a un legislador. Claro, me van a decir que soy ingenuo. Entonces, si un legislador no puede cambiar de opinión sin ser descalificado, vuelvo a preguntar y agrego: ¿Sirve de algo la discusión parlamentaria, si el cambio de opinión no es tolerado?
Un ejemplo de falta de la falta de claridad al respecto, la dio en el 2009 el entonces legislador opositor, verborrágico y muy simpático Luis Juez –fiel exponente del humorismo cordobés-, ex juez e intendente de la ciudad de Córdoba, cuando en la misma entrevista realizada en radio La Red, al principio de ella y casi en arenga de barricada dijo que en las cámaras había que debatir; finalizando, reflexionó que para evitar cualquier tipo de surpicacias, los legisladores tenían que adelantar sus votos. Entonces, ¿Para qué se debate?
Bueno, tal vez sirva como atenuante que él venía de la Justicia en la época en que Córdoba se dividía entre Angeloz y De la Sota, a quienes sus coterráneos habían bautizado como Hermanos Cuesta: “a uno cuesta creerle y al otro cuesta sacarlo”. De allí perdió en su primer intento de ser gobernador cordobés y luego fue electo legislador en el 2009, integrando la fallida alianza opositora a Cristina Kirchner, que nació como un bloque unido, un león prepotente hasta la falta de ética, educación y sentido común y terminó como el Mis Ladrillos de un chico luego de jugar con él, un bloque por aquí, otro por allá y varios ladrillos sueltos.
Debate parlamentario versus obediencia partidaria. La respuesta, sin dudas merece un “debate” y si es parlamentario, no perdamos tiempo en discursos: preguntemos a los jefes de bloques y tendremos una respuesta rápida y tal vez, alejada del libre albedrío.